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Empate en el 3º premio: SOBRE EN BLANCO y UN MUNDO AL REVÉS

El concurso ha estado tan reñido que el tercer premio del concurso está repartido entre dos de los relatos que quedaron finalistas y que empataron:

JUAN CARLOS PÉREZ LÓPEZ por su relato SOBRE EN BLANCO.
 
NIMPHIE KNOX por su relato UN MUNDO AL REVÉS.

UN MUNDO AL REVÉS
Nimphie Knox

El amor sobre toda diferencia social
dentro del calendario cada día se va…
A pesar de las dudas y del “que dirán”, el amor puede más.

Rodrigo, “Ocho cuarenta”

Todos los días lo veo desde mi ventana. Pasa por la calle de mi casa, arriba de un carro tirado por un caballo todo flaquito. A veces se baja y empieza a revolver las bolsas de basura. Saca cartones, papeles, botellas de vidrio. Un día se llevó el ventilador roto que mi papá había tirado. Ese verano papá hizo instalar aire acondicionado en toda la casa, porque ya no soportaba el calor de las tardes porteñas. A mí no me gustaba el aire acondicionado, porque papá lo ponía muy fuerte y a mí me daba frío.

No sé su nombre. En mi imaginación lo llamo «mi príncipe», aunque suene un poco a burla. Digo, porque de príncipe no tiene nada. Físicamente es alto y cuando hace calor pasa sin remera, todo en cueros. Tiene la piel algo oscura y la ropa siempre un poco sucia…

A veces, cuando se pone a revolver la basura de mi casa, quisiera bajar y poder hablar con él. Preguntarle su nombre, preguntarle por qué busca cosas en la basura. ¿Será muy pobre? ¿Dónde vivirá? ¿Irá a la escuela? ¿Tendrá hermanos chiquitos que alimentar? Me gustaría invitarlo a comer, pero sé que papá me mataría.

Es más grande que yo, debe tener dieciocho años, más o menos. Quisiera saber cuántos años tiene… Quisiera… quisiera saber tantas cosas. Enamorarme de este chico me abrió los ojos. Cuando lo vi por primera vez, supe que nuestro amor sería imposible.

Mi papá sabe que soy gay, pero prefiere ignorarlo. Cuando era chiquito, sentía que papá estaba todo el tiempo enojado conmigo. Yo no sabía por qué. Cuando fui creciendo, me di cuenta. A él no le gustaba que jugara con las nenas, que prefiriera las muñecas de mi hermana a los autitos, que mirara películas de Disney en vez de jugar a esos videojuegos violentos que nunca me gustaron. Yo no sabía qué era ser homosexual… pero mi papá sí.

¿Qué diría si supiera que me gusta el chico que todas las tardes revuelve las bolsas de basura? Se pondría como loco, seguro. O por ahí no. Quizá dejaría de hablarme para siempre y fingiría que no existo, que jamás existí.

Con los brazos apoyados en el alféizar de la ventana, miro la calle y espero que mi príncipe llegue. Los de la casa de enfrente no sacaron la basura todavía, creo que ya se fueron de vacaciones. Todas las casas de estas calles —la mía también— son elegantes, grandes, muy lindas. Todas tienen un auto o dos estacionados en la vereda o en el garage.

Antes, cuando todavía no me había enamorado, no me daba cuenta de que había gente que revolvía nuestra basura. ¿Por qué hay personas tan pobres y personas tan ricas? ¿Por qué la gente rica no ayuda a la gente pobre? ¿Por qué no podemos ser todos iguales, sin clases sociales, sin riqueza, ni pobreza?

Mi papá, cuando se enteró de que alguien se había llevado el ventilador roto, puso el grito en el cielo.

—Pero si ya no servía para nada, pa —le dije yo.

—No me contestés, Gianfranco.

Sí, eso quiere él. Que no le conteste, que no le hable nunca más. Porque cada vez que le hablo con esta voz de marica, le recuerdo que no soy lo que él habría querido que fuera. Y yo no puedo cumplir sus sueños. Ni siquiera puedo cumplir los míos.

Son las cinco de la tarde. El sol está escondido detrás de unos árboles y el cielo se ve celeste, muy brillante, sin ninguna nube. Los tejados naranjas de las casas relucen bajo la luz del día, y una brisa cálida me despeina y hace bailar las cortinas de mi habitación. Suspiro. Soy tan patético. Acá, en la ventana, todos los días esperando a que pase el chico de la basura para verlo al menos un par de minutos…

Pero hoy tengo un plan. Hoy, si todo sale bien, por fin voy a hablar con él. Estoy nervioso. ¿Y si no viene? ¿Y si mi plan no resulta? Ahora que lo pienso, hay más posibilidades de que todo salga mal. Y si sale mal… ay, ¡en el lío en que me voy a meter! Me muerdo los labios y cierro los ojos, suplicando…

Lo primero que oigo es el ruido de cascos que hacen las patitas del caballo. Mi príncipe está cerca. Saco la cabeza por la ventana y me asomo. Está ahí, en la esquina, desarmando una caja de cartón para meterla en el carro. El caballito bebe agua de un charco y se me parte el corazón. Pobrecito. Si mi plan resulta, voy a poder darle agua limpia y fresca para que tome.

El chico se acerca… y se detiene junto a mi casa. Baja la bolsa del canasto, la abre y empieza a buscar. Sin querer, bajo la mirada, como con vergüenza. Siento un nudo en la garganta, siento una tristeza y una rabia que me inundan todo el cuerpo… Pero me obligo a mirar, porque tengo que saber si mi plan está funcionando.

Hoy tiene puesta una remera gris y unos pantalones azules cortados por las rodillas. Tiene el pelo negro muy limpio y sus rizos brillan bajo el sol. Sus manos revuelven la basura: papeles, vasos de yogur, cáscaras de fruta, botellas vacías. Saca una botella de vino y la tira al carro.

Y entonces… lo encuentra. Aguanto la respiración. Él levanta la mirada hacia mi casa, indeciso… ¿Qué vas a hacer? le digo con la mente. Mira para sus costados, mira la pila de botellas que descansa sobre el carro. Veo sus hombros encogerse con un suspiro. Sube a la vereda, se acerca a la reja y toca el timbre.

Me salta el corazón en el pecho. ¡Funcionó! ¡Funcionó, funcionó, funcionó! Tranquilo, Gian, me digo a mí mismo. Tranquilo… Salgo de la habitación corriendo y bajo las escaleras. Ahí, en la puerta, está él, oculto tras la enorme sombra de mi papá. Me escondo en el pasillo y paro la oreja:

—…No sé, don, estaba en la basura… y vi que funcionaba, ¿vio? Y que seguro no lo habían tirado a propósito.

Mi papá agarra su celular, un Blackberry de los más caros, y le limpia la pantalla con la mano.

—Mil gracias, pibe… no tengo idea cómo fue a parar ahí, lo anduve buscando toda la tarde, pensé que me lo había dejado en la oficina, pero… Bueno, ya está… Eh, ¿querés… querés pasar a tomar algo, comer algo?

Cruzo los dedos. Y, como respondiendo a mi plegaria, mi chico acepta. Papá llama a Gloria, la mucama, y le dice que le prepare algo de comer a…

—¿Cómo te llamás, pibe?

—Ramiro, don.

Ahogo un suspiro. Ramiro. ¡Se llama Ramiro! Bueno, llegó el momento de entrar en escena. Bajo las escaleras y me choco con papá.

—¿Encontraste el celular, pa? —le pregunto con la voz más inocente que me sale.

Me explica que sí, que estaba en el tacho de basura, que no tiene idea de cómo llegó ahí y que ese chico lo encontró y se lo devolvió. Ahora el chico está en la cocina, dice, comiendo algo.

—Hola —le digo a Ramiro, sentándome con él en la mesa de la cocina.

Gloria le sirvió un jarro de café con leche con madalenas rellenas de chocolate. Cómo quisiera hacerme chiquito y meterme en una de las madalenas… Él levanta la mirada y me saluda, con la boca llena de chocolate. Estoy re nervioso.

—Así que vos encontraste el celular de papá…
Sí, me dice, estaba en la basura, ¿y a quién se le ocurriría tirar un celular a la basura? Me pongo colorado.

—Me llamo Gian, ¿vos?

—Ramiro.

—¿Qué edad tenés?

—Diecinueve…

—Ah, yo tengo quince.

Lo miro. ¿Se me notará mucho que estoy re enamorado de él? Antes me gustaba porque es lindo, por su cuerpo, sus brazos fuertes… pero ahora me doy cuenta de que además es una buena persona porque le devolvió el celular a papá. Otro se lo habría quedado.

Está incómodo, se le nota. Mira la heladera, la cocina, el microondas, la licuadora. Y una vez más pienso… ¿Seremos demasiado diferentes para estar juntos, para ser amigos aunque sea?

—¿Cómo se llama el caballito?

—¿Eh?

—El caballito del carro…

—Ah, se llama Rodrigo.

—¡Como El Potro Rodrigo ! ¿Te gustaba?

Ramiro me sonríe y dice que sí, que le gustaba mucho, y que se puso muy triste cuando murió. Me cuenta que tiene todos sus discos y que una vez lo fue a ver al Luna Park con sus cinco hermanos, que ahorraron como dos meses para poder comprarse las entradas.

—Ah, yo no alcancé a verlo. A mi mamá le encantaba, y a mí también, pero nunca pudimos ir a verlo, a mi papá no le gustaba que escucháramos esa música. Mi mamá también murió, hace cinco años…

—¿Cuál es tu canción preferida? —me pregunta Ramiro. Se me pone la piel de gallina.

—Ocho Cuarenta… —le respondo—. ¿La tuya?

Él lo piensa un momento y luego me sonríe con picardía, quizá comprendiendo, comprendiéndolo todo:

—Sí, también me gusta mucho Ocho Cuarenta.

Sigue sonriendo…

Y yo bajo la mirada, entre feliz y avergonzado.

SOBRE EN BLANCO

cruz de los panaderos

Querido Claudio: Es increíble cómo está el mundo. Hoy mismo, en California acaban de declarar anticonstitucional la prohibición de que personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio, mientras que en Uganda han promulgado una ley con la que pueden condenar a los homosexuales a cadena perpetua.

Yo te escribo esta carta sintiéndome más libre que nunca. La meteré en un sobre en blanco, pero no escribiré el destino, porque no conozco tu dirección. Tampoco pondré el remite; ¿de qué ha de servir? Pero sí que con toda certeza puedo decirte que irá a parar al buzón. Dejaré que sea la suerte del destino quien la deposite en tus manos, o la devuelva a las mías, si es que la buena estrella tiene a bien fijarse en mí. Pero aun así, corriendo riesgos –el amor los necesita para sobrevivir, para afirmarse ante propios y extraños-, emborrono unas cuartillas vírgenes con estas palabras; interprétalas como caricias de mi corazón que yo quisiera hacerte llegar al alma. Resulta que no puedo retener el torrente de emociones que has despertado en mi interior y que me está oprimiendo el pecho, buscando salida… anhelando tus caricias.

Quizá nuestras venturas tengan un nuevo punto común de encuentro, una segunda oportunidad para ver crecer tus abrazos sobre mi cuerpo. Así sedarás mis ansias, amortiguarás la impaciencia de los besos febriles que sueño dejar sobre cada palmo de tu piel. Te deseo con todas mis fuerzas. Si me dieran a elegir, mil veces te elegiría, mil veces te preferiría, incluso por encima de mi mismo.

Daré tiempo al tiempo para conseguir tu atención, tu amor en holgura, y me persuado para convencerme de que merezco ser correspondiente de tu atención. Tú mereces toda la seda del mundo bajo tus pies; tu piel vale la cosecha de todas mis caricias. Me esforzaré por hacerte feliz. A mi constancia añadiré respeto, admiración y confianza como condimentos indispensables. Esa receta me la enseñaron tus ojos, reflejados en los míos durante el tiempo en que la vida frenó en seco mientras nos amamos aquella primera y única vez, nuestra pasión acelerada por momentos.

Aquel día, cuando nuestras miradas se enlazaron, sentí una extraña sensación: algo grande había surgido entre tu cuerpo y el mío, pero también entre nuestras almas: puentes sólidos que tendían nuestras pieles, excitadas para que progresasen los roces de nuestros deseos, los compromisos de nuestros espíritus. Hoy vivo con esa certeza clavada en mi corazón, sus latidos al compás que mí alma pronuncia tu nombre, ansiando el reencuentro.

Todos insisten en darme su dictamen sobre ti. Yo respondo que el amor elude opiniones, que sólo necesita decisiones, pasos firmes para dejar huellas que no sean efímeras. Resguardo mis oídos de habladurías estériles. Abro mi boca para revelar tu nombre. Cierro mis ojos; se cristaliza tu imagen en mi cabeza. Ahí me impulso, armándome de valor para seguir con mi perseverancia más allá del límite que dictan los demás, vigorizando mi fuerza para prolongarme en ti, para aproximarme a tu territorio, para plantar mi ternura en él y en la espera nerviosa de que tú la irrigues, la veas crecer… la mimes con el abono de tu amor por mí.

¿Que hablan? Nada me importa menos que la voz de aquellos que tienen la boca prestada. Hacen cola para criticar quienes envidian el amor sincero, ese cariño desnudo de intereses del que tan faltos están. Yo les comprendo, pero del mismo modo les ignoro, incluso me dan pena, porque están vacíos por dentro, y tú ya me has inundado por completo con tu voz, con tus risas, con esos silencios tuyos que son clamores de pasión.

Sé que tienes miedo. Yo no… o sí. ¿Qué más da el miedo cuando delante de nosotros se abre la vida al amor de manera imparable? Aliviemos nuestros temores. Abandónate a mis manos para vencerlos. Agárrate, no renuncies a tus sentimientos. Demos sentido a nuestras existencias. Debemos romper con todo, pero la recompensa subsanará lo perdido, lo que deje de darnos una parte de la sociedad, la misma que nos asfixia por causa de su incomprensión hacia nuestro amor.
Yo seguiré bebiendo de la fuente de nuestra mutua ternura.

Espero que acudas allí, para vivir un nuevo encuentro conmigo, porque si atendemos a las murmuraciones retorcidas, cobraremos nuestra historia en un desierto repleto de soledad.

Hasta pronto, Claudio.

Te ama:

Patricio, pero sé que también lo hace Catherine, tu esposa.